Felt murió el jueves de insuficiencia cardiaca congestiva, informó John D. Sus admiradores lo entronizaron como héroe por exponer a un Gobierno corrupto que realizaba acciones encubiertas para sabotear a los adversarios políticos. Finalmente, su hija Joan lo convenció de que revelara su nombre, con el argumento de que Woodward seguramente lo haría después de la muerte de Felt. Después de un año de estudiar un curso propedéutico sobre Leyes, Felt se mudó a Washington para trabajar con el senador por Idaho, James Pope y su suplente D. Worth Clark. Asistió a la Universidad de Leyes George Washington. Recibió su título en y fue admitido a la barra de abogados en Durante los siguientes 20 años, Felt fue asignado a la División de Espionaje y supervisó investigaciones en Washington.
Actualizado a las h. Felt, que aun el no confío ni a su propia familia su verdadera identidad, prefirió no encomendar a otro periodista la publicación del artículo y fue un abogado, John D. O'Connor, el encargado de escribir sus confesiones. Poco después, y bajo la presión de sus hijos, mudó de opinión y concedió la entrevista. Clasificados De momento, tampoco el Wasghinton Post ni el genuino Bernstein han querido confirmar ni cabecear la información. El periodista, que fue contactado inmediatamente después de que saliera la noticia, declaró: «Nosotros cumpliremos nuestra promesa de no revelar la filiación de la fuente hasta que muera». Durante todo este tiempo, decenas de libros y tesis doctorales se habían apuntado a la moda de actuar quinielas para averiguar la identidad de la famosa «fuente». Lo cierto es el nombre de Felt ya había sonado en varias ocasiones defendiendo la teoría que creía que Nixon había sido castigado por el FBI por entrometerse demasiado en las funciones de la organización.
El destape de Garganta Profunda fue, para la mayoría de nosotros, una gran desilusión. Pero también porque, después de tanta especulación durante tantos años, resultó ser Mark Felt, residente de Santa Rosa, California, de 91 años —alguien de quien pocos de nosotros había oído hablar, mucho menos sospechado. Qué divertido hubiera sido si en existencia resultara ser Henry Kissinger o Alexander Haig. La fiesta de presentación de Felt —orquestada por su familia, con la ayuda de la revista Vanity Fair— resultó un regalo del cielo para los comentaristas de radio y de la televisión por cable, y una distracción agradable del sórdido juicio de Michael Jackson. Pero, como es usual, creo que los medios no se dieron cuenta de la gran noticia. No es sorprendente que Pat Buchanan y G. Cualquiera que haya sido lo suficientemente valiente como para denunciar las fechorías de Nixon, libremente de su motivación, es un genuino héroe norteamericano.
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